El nuevo gobierno de Estados Unidos que encabeza Joe Biden, dedicó parte de la semana pasada a estrenar su visión de la política exterior con el gran anuncio del presidente de que el país “está de regreso” en el escenario para retomar el liderazgo mundial en la lucha por la democracia, la libertad, y los derechos humanos.

Todo fue presentado por Biden y su equipo encargado de la política exterior de una manera muy seria, con esa clásica retórica enternecedora –si no fuera por la historia nada tierna de guerras, intervenciones, golpes, tortura y más– que afirma que Estados Unidos es el guardián del bien en el planeta, como esos superhéroes de los comics.

Nadie explicó quién invitó a Estados Unidos a retomar el liderazgo mundial ni quienes son los que “ven hacia Estados Unidos por apoyo en la lucha contra el autoritarismo”, como afirmó la semana pasada el Departamento de Estado. ¿Hubo una elección o un referendo por la comunidad internacional, o es por designación divina, o eso del “destino manifiesto”?

Siempre es difícil saber si estos políticos de veras creen en lo que están diciendo, o si al apagarse las cámaras hablan con otro vocabulario más cínico, pero honesto. Cuando hemos preguntado a quienes han ayudado a redactar y difundir esos mensajes oficiales, responden que suele ser una combinación de las dos cosas.

El presidente reconoció brevemente que hubo un intento para derrocar esta democracia, y al superar esa crisis, Estados Unidos ahora puede hablar aún más sobre la defensa de las democracias, porque acaba de estar en esa lucha en casa.

Pero parece que el objetivo es regresar a esa “normalidad” que prevalecía antes de Trump, casi pretender que éste y su proyecto neofascista no existió, o fue una interrupción accidental y seguir como si nada había ocurrido como para cuestionar la autoridad moral de este gobierno o para exigir, demandar o enjuiciar a otros países sobre asuntos como democracia y derechos humanos.

Trump enfrentará el inicio de su juicio político esta semana por “incitar a la insurrección” contra el gobierno de Estados Unidos, y todo indica que al final se mantendrá impune, junto con sus cómplices políticos, por la intentona de un golpe de Estado y las amenazas de muerte contra legisladores federales y estatales, funcionarios electorales y más en lo que fue un ataque sin precedente contra los fundamentos de la democracia estadunidense.

Toda esta crisis dejó al descubierto otra vez a un sistema “democrático” con defectos severos, empezando porque no hay un voto directo por presidente, que el voto es suprimido de manera legal para reducir el poder de los pobres y las minorías, y que el sistema electoral es entre los más corruptos del mundo por el papel casi ilimitado de dinero privado en determinar la “voluntad del pueblo”.

De veras se atreven a enjuiciar a otros países sobre derechos humanos mientras prevalece en Estados Unidos la injusticia racial sistémica, mantiene la población encarcelada más grande del mundo incluyendo los centros de detención de inmigrantes, persiste la opresión histórica de los pueblos indígenas y sigue operando un campo de concentración en Guantánamo, donde permanecen impunes todos los políticos que ordenaron tortura, asesinatos a control remoto y otras violaciones de las normas internacionales, como también todos los ejecutivos, cuyos fraudes financieros generaron una crisis económica pagada por los pobres.

Ante todo esto y tanto más, los representantes de este país aún se atreven a enjuiciar, castigar u ofrecer recomendaciones a otros países sobre estos mismos asuntos.

Las cúpulas, sobre toda las más poderosas del mundo, casi nunca tienen la autoridad moral para hablar de democracia, derechos y libertades. Tal vez en lugar de proclamar su regreso como el “líder” democrático mundial, Washington podría mejor convocar a las fuerzas democráticas del mundo para solicitarles su apoyo y solidaridad en la defensa de la democracia dentro de Estados Unidos.