Corría el año de 1965, eran tiempos de paz, bonanza y tranquilidad en el otrora Territorio de Quintana Roo. Todos trabajaban en algo para vivir con cierta comodidad. William era un profesor rural, nacido en Libre Unión un pueblito de los cientos que tiene Yucatán, atendía su apostolado educativo con tal devoción que se había ganado el respeto de la gente. Los Profesores de antaño eran los más letrados en las comunidades, una especie de sabios que dominaban casi 9todos los temas; eran amigos de la aritmética, sabían los nombres de las plantas medicinales, asombraban con su conocimiento de la galaxia, la osa menor, la osa mayor, los cúmulos de las nubes. Parecía que para todas las preguntas ellos tenían alguna respuesta. Esa era la formación que recibían en las Normales Rurales.

 

En las comunidades donde compartían su sapiencia, la gente los veía como una especie de autoridad y eran consulta obligada de todos los temas comunitarios. En ocasiones hasta los asuntos maritales atendían. William fue enviado a impartir en Tabi una comunidad enclavada en lo más inhóspito de la Zona Maya. Para acceder a ella había que llegar caminando más de día y medio entre las veredas del monte; sorteando todos los peligros de insectos, animales salvajes y ponzoñosos; el ruido del viento, los silbidos de los pájaros, el crujir de las ramas a su paso y la soledad como única acompañante.

 

No habían edificios escolares por lo que tenía que compartir sus conocimientos bajo la sombra de algún frondoso árbol, protegiendo a sus escasos alumnos de los rayos del sol y dormir en alguna casa prestada o si había casa ejidal allí se alojaba. Era maestro de tiempo completo lo mismo daba primero que tercero.

 

La educación debía llegar hasta los últimos rincones del país y los profesores como William eran auténticos acorazados a prueba de las inclemencias, pestes y pandemias. Pasaron los años y su prestigio se fue acrecentando, lo promovieron a lugares con mayor urbanidad. Se casó, formó una numerosa familia con cerca de una docena de hijos, daba la impresión de prepararse por sí algún día le faltarán alumnos tenia una buena cartera de suplentes.

 

Socorro su esposa le hacía de modista en el pueblo para ayudar la economía familiar y que no falte alguna boquita sin llenar. Su salario de cientos de pesos lo colocaba muy por encima del resto del pueblo; porque además eran salarios fijos y muy pocos podían darse ese lujo.

 

Pasaron los años y aquella pareja fue envejeciendo. Su ingreso empezó a verse disminuido por la inflación y la carestía de la vida. Aquel adalid de esa noble profesión fue arrollado por una economía que no daba más resultados. En el horizonte veía su Halo de luz para aferrarse y pasar sus últimos años de vida.

 

Esa es la tremenda injusticia con nuestros adultos mayores; después de haber brindado lo mejor de sus vidas, dedicarse a su profesión de tiempo completo sin exigencias ni reclamos, atendiendo con antingencia sus responsabilidades. El futuro que les deparaba no era nada halagüeño ya que sus percepciones salariales estaban pulverizadas. Pasó muchos años soportando penurias, necesidades, viviendo en niveles que rayaban en la pobreza . Su mente aún sostenía dulces y tiernas fotografías de su ejercicio educativo que lo hacían sentirse orgulloso de su pasado. Falleció y su maltrecha economía no tuvo ningún repunte. Hace unos días circuló una noticia que lo hubiera alegrado bastante, le hubiera devuelto esa chispa, ese ánimo de su juventud.

 

López Obrador dio a conocer las reformas a las afores y a la ley de las pensiones. Ya no se requerirán 30 años para pensionarse sino 14; de 1250 semanas se rebajaron a 750 y las percepciones más bajas como las de William se ajustarían para hacerlas más decorosas. Un justo reconocimiento a la labor de miles que como él sentaron las bases para una mejor justicia social. Bien, por el Presidente que cumplió una exigencia donde de manera silenciosa todos transitaremos algún dia. Estoy contento por ello, seguiré caminando y cantando un éxito de Mercedes Sosa, “ cambia, todo cambia”.